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Lo primero, la montaña

Ravier al Tozal del Mallo: Repeticiones y más repeticiones

Tozal del Mallo: primeros intentos
Ravier al Tozal del Mallo: apertura y croquis

Primera repetición, que resultó no serla: cordada Despiau-Bellefon

Agosto de 1957: Cuatro meses después de que la vía Original o de los Franceses fuese abierta, otros dos insignes escaladores galos se dirigen por el mismo camino que sus predecesores a realizar la primera repetición de la vía; se trata de Patrice de Bellefon y de Raymond Despiau. Debido a que el verano ya está en su apogeo, el descenso desde la brecha no lo hacen con esquís como Ravier y compañía, sino caminando mientras disfrutan del espectáculo que Ordesa ofrece desde las alturas.

A pesar del peso de su material de vivac, se puede decir que andan bastante ligeros debido a que, gracias al croquis que les han cedido los aperturistas, saben que el material a cargar no es excesivo ya que la vía ha quedado prácticamente equipada con 35 clavos a lo largo de toda la vía, algunas cuerdas fijas, mosquetones e incluso estribos en los pasos más comprometidos. Con estas previsiones, Bellefon y Despiau se preparan a pie de vía, seleccionando de manera previsora algunos pitones que les puedan hacer falta y comienzan la escalada.

Tras algunas dudas por el itinerario a seguir ya que los primeros largos están sorprendentemente desequipados, al llegar a la Chimenea característica Bellefon logra superar en libre el paso gracias a una oposición que en aquellos tiempos todavía era posible hacer sin deslizarse irremediablemente hacia abajo como hoy en día. Un poco más arriba, en el largo más exigente, lo que hasta ahora era una más que fundada sospecha se convierten en evidencia; tras 6 largos no han encontrado ni un solo pitón y todo parece indicar que no están realizando la primera repetición como ellos creían y que, quien la haya hecho antes, se ha llevado todo el material dejado por sus compatriotas.

En el siguiente largo, por fin tienen un motivo de alegría: encuentran el primer pitón de toda la vía, aunque poco después la situación se acaba de complicar por el bloqueo de las cuerdas; con el material claramente escaso, las cuerdas atascadas, varias caídas previas y sin estar del todo convencidos de hallarse en la vía más que por las referencias que les dan algunas marcas de despitonaje, Despiau se ve obligado a jugarse la vida con una maniobra muy arriesgada: clava un dudoso clavo, se desata del encordaje y se ata a la cuerda de izado del petate que previamente ha fijado al clavo, se da unos metros para tratar de llegar a una cornisa que observa más arriba y sale a la aventura, atado con la cuerda del petate a un mal pitón como único seguro. Finalmente todo sale bien y aunque Bellefon tiene que subir recogiendo aros porque las cuerdas siguen sin correr -amén de una caída sin más consecuencias- , finalmente se pueden reunir los dos con el susto en el cuerpo en el vivac antes de entrar en la chimenea.

Al día siguiente, sin más contratiempos recorren la chimenea hasta la cima donde quedan con la duda de quién habrá dejado esos muros desequipados.

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Unos meses antes...

Primera repetición: cordada Rabadá-Montaner-Bescós

Mayo de 1957: Un mes después de que la vía Original o de los Franceses fuese abierta, tres insignes escaladores aragoneses se dirigen desde la pradera de Ordesa a realizar la primera repetición de la vía; se trata de Alberto Rabadá, Rafael Montaner y José Antonio Bescós. Para ellos, la apertura de la sur del Tozal ha supuesto un duro golpe. Llevaban tiempo queriendo ir a realizar esa escalada, pero dejaron pasar el tiempo y la cordada francesa terminó por adelantarse.

En esta ocasión, apenas pudieron subir unos 80 metros debido a las condiciones meteorológicas, pero no se fueron de vacío. En apenas un par de largos, pudieron recuperar de la pared con absoluta incredulidad varias clavijas, algunos mosquetones y unos estribos. Se hacía necesario volver a aquella especie de “cueva de Alí Babá” del que salía gratis el ultramoderno material francés.

Unas semanas después de esa retirada, entre el 20 y 22 de junio de 1957, justo antes de volver a Ordesa, Alberto Rabadá y Rafael Montaner abren la Serón-Millán junto a Pepe Díaz y Ángel López "Cintero", empezando de esta manera a dar por terminados viejos proyectos colgados desde hace tiempo. Por lo visto, la experiencia con la cordada de Ravier en el Tozal les ha valido para no dejar en suspenso sine die las vías pendientes y darse prisa en culminar los proyectos.

Junio de 1957: la cordada aragonesa vuelve a la vía y tras recorrer de nuevo los primeros largos, llegan a las primeras dificultades serias (el diedro y la Chimenea característica). En palabras de José Antonio Bescós, “recibimos como singular maná varios largos de cuerda extraplomados, equipados con relucientes clavijas abandonadas por nuestros predecesores en clara ostentación de su boyante economía. Lógicamente, la respuesta de nuestros autárquicos y magros recursos ante tamaño despilfarro fue dejar la vía absolutamente limpia”.

De esta manera, terminaron al día siguiente la vía con algo más de 70 clavijas (las que llevaban y las 35 que recuperaron) y descubrieron la rentabilidad que supondría poner Francia como destino de sus próximas escaladas. También se explica en ese afán por el clean-climbing el que los aragoneses tardaran 22 horas (5 más que los franceses) en realizar esa escalada.

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